Los dos mares.
Esta parábola hace referencia al río Jordán. Ese río termina en un gran mar interior llamado Mar Muerto. En medio del río, está el lago de Galilea. El mar Muerto está lleno de sal. Apenas hay vida en él. No hay ni plantas, ni aves, ni peces. Tan solo microorganismos que subsisten en sus aguas salobres. Por el contrario, el Mar de Galilea es un mar lleno de vida. Baña las orillas de aquella región, haciéndola la más fértil de Palestina.
Al pensar en la cruz de Jesús, he recordado esta parábola. En el mar de Galilea hay vida porque no se queda con el agua que el Jordán le aporta. La recibe y la deja continuar camino, llena de vida. Por el contrario, en el mar Muerto el agua muere porque es un lago cerrado. Recibe, pero no da. Se pudre en él la vida recibida.
Nos duele la muerte de Jesús. Pero la Cruz es como Galilea. Del sacrificio del Señor no brota muerte, sino Vida.
No nos duelen las muertes derivadas del amor, del servicio y de la entrega. Son Galilea. Muertes físicas o muertes de desgaste.
Desvivirse por los demás, cuando sabemos por qué lo hacemos, nos da la vida.
«A veces sentimos la tentación (dice el papa Francisco en Evangelii Gaudium, 270) de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás…Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.»
Y, muchas veces, no es decir o hacer, sino estar. Estar al lado del que me necesita. Eso significa consolación. Pisar el mismo suelo del que sufre. Tocar su realidad, para compartir su suerte. Tocar la vida del hermano cuando las cosas vienen de cara y cuando se ponen adversas. Como María…
Nos hablan de ella quienes saben estar al pie de la cruz junto al enfermo. Una llamada que procede de aquellas personas que se han hecho presentes, con valor y generosidad, para cuidar a los enfermos, asistir también espiritualmente a las comunidades, proteger a los sanos, garantizar los servicios esenciales para la vida civil. Ojalá y su ejemplo nos estimule a todos a comprometernos más y mejor por amor al prójimo.
Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia Ti, Señor, y hacia los demás…
De muchas maneras hemos compartido con los demás la necesidad de no echar en saco roto lo que la vida nos ha enseñado en este año fatídico de la pandemia. Pienso que es de obligado cumplimiento hacer lectura creyente de los acontecimientos que vivimos.
Hacer lectura creyente de la realidad significa saber ver lo que ocurre a nuestro alrededor con la mirada con que Dios la mira. Es una pena que andemos por la vida como si todo estuviese ya aprendido. O que sólo queramos ver aquello que nos afecta personalmente. O, en el peor de los casos, que volvamos a la tan esperada normalidad como si no hubiese pasado nada. La realidad es la que es y a ella nos envía el Señor para anunciar el Evangelio y curar en su nombre a todas las personas de cualquier tipo de enfermedad y dolencia. Así lo recogen los pasajes del “envío” en los evangelios. ( Lc 9,1; Mt 10,1ss)
Así lo rezamos en las plegarias eucarísticas Vb y Vc:
Que quienes te buscamos sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos de compartir en el amor las angustias y tristezas, las alegrías y esperanzas de todos los seres humanos, y así les mostremos tu camino de reconciliación, de perdón, de paz...
¿Qué nos estará queriendo decir el Señor en este momento de nuestra historia? ¿Qué querrá decirle a nuestra Iglesia, a nuestras comunidades cristianas, a las asociaciones y hermandades, a los grupos apostólicos? ¿ Qué nos estará queriendo decir a ti y a mi ?
Saber mirar, y saber enjuiciar la vida a la luz del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia para saber actuar en las realidades de cada día.
Por ejemplo:
El papa insiste en que debemos crecer en comunión. Ningún problema puede resolverse aisladamente, porque todos nos necesitamos. Desde el punto de vista de la fe, no existe el cristiano por libre.
Ahondar en la importancia de la oración. La oración abona nuestros compromisos. Sin la oración, Jesús no hubiera podido cumplir con la voluntad del Padre, tal como lo recogen los evangelios. “Hágase tu voluntad, no lo que yo quiero, dice Jesús en Getsemaní”. Pienso que la experiencia del año de la pandemia nos ha ayudado a recuperar el valor de la oración en nuestra vida. Nos ha servido para profundizar en nuestro trato con Dios, y a saberlo compartir con los demás. Rara ha sido la parroquia que no ha tenido espacios de oración compartida en medios como YouTube, WhatsApp, correos electrónicos, etc… así como la eucaristía, donde ha podido ser.
Así también el ejercicio de la caridad. No se ha roto la cadena solidaria con las necesidades de los más pobres, tanto a nivel local como con los empobrecidos de los países más necesitados.
Ninguna acción que forme parte del quehacer misionero de la Iglesia puede quedar al margen de las necesidades reales a las que el Señor nos envía.
Como es una llamada, que a todos nos afecta, la que nos hace el papa, para que no cerremos nuestra mirada a otras pandemias que siguen instaladas entre nosotros, tales como: la pandemia del hambre, la de la guerra, la de los niños sin educación», etc…«Porque peor que esta crisis, es el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos», dijo en la eucaristía de Pentecostés del pasado año.
Ojalá y el dicho, tantas veces certero, “no hay mal que por bien no venga”, nos ayude a seguir en las tareas del Evangelio, desde los distintos servicios que prestamos a la comunidad en el nombre del Señor. Pongamos nombres a este deseo. Que, aunque heridos, nos sintamos llamados a sanar en el nombre de Jesús. Dios quiera y la herida abierta en nosotros por la enfermedad, cure al mismo tiempo nuestras rutinas y olvidos, nuestros desvíos del camino de la fe y nuestras pequeñas infidelidades.
Francisco Guerrero González («Extracto segundo día del Triduo en honor a nuestro Titular. Cuaresma de 2021″)