La imagen de Asunción despierta imágenes de movimiento, de atracción hacia arriba, de
impulso ascensional; nuestra mirada es atraída hacia la altura y vemos a María elevada hacia
ese ámbito que llamamos «cielo» donde, con palabras de Pablo, están «las cosas de arriba», por
contraposición a “las cosas de abajo” (Col 3,1). Pero además de esta imagen espacial,
podemos explorar otras que nos acerquen a la Madre de Dios:
Al hablar de la Asunción nos referimos al resultado final y a la culminación del proceso vital de
María. Cuando se emprende una obra pública de envergadura se suele construir una maqueta
que muestre el proyecto que se está construyendo y se expone en un lugar visible para que
todos puedan ver cómo va a ser el final: al mirarla, contemplamos e imaginamos la obra ya
terminada. La Iglesia nos pone hoy ante una “maqueta” que nos muestra el resultado final de la
obra de Dios en la mujer que no opuso ninguna resistencia a su acción: “Hágase en mí…”, dijo
María.
Cuando Moisés no sabía cómo convencer a un pueblo cansado, y desmotivado para entrar en
la tierra de la promesa, envió exploradores a Canaan que volvieron cargados con gigantescos
racimos de uvas dulces, frescas y apetitosas: ¡Estos son los frutos de la tierra hacia la que nos
dirigimos!”, dijo Moisés al mostrárselos a los israelitas (Num 13). Algo así hace la Iglesia
cuando nos presenta la Asunción de María, como si nos dijera: “Mirad las primicias de la
humanidad nueva, ella es el fruto ya granado de la Tierra hacia la que nos dirigimos. La
existencia ya glorificada de María y su alegría, son los únicos instrumentos de que dispone
para decirnos: “Es una tierra que mana leche y miel. Vale la pena subir a conocerla”.
Me voy a prepararos un lugar, decía Jesús, y cuando vaya y os prepare el lugar, vendré de
nuevo a llevaros a mi casa para que donde yo esté, estéis también vosotros (Jn 14, 2-3).María,
la primera en llegar a la Casa, toma parte con su Hijo en la tarea de preparar ese lugar para
que un día, donde ella esté, estemos también nosotros. Ella nos espera «a mesa puesta» en
ese banquete del que le gustaba hablar a su Hijo.
El evangelio nos presenta a María desde el comienzo «caminando deprisa» desde Nazaret de
Galilea a la sierra de Judea para llegar a casa de su prima Isabel y en aquella primera “meta”
de su carrera, recibió de labios de Isabel la primera bienaventuranza: «Dichosa tú que has
creído…». Y aquello no fue sino un anticipo de la felicitación que iba a recibir en el final definitivo
de su trayectoria. Toda la vida de María consistió en dirigirse apasionadamente hacia esa meta
definitiva que no podía ser otra cosa que su propio Hijo. Como cuando llega la primavera y el
ánade salvaje emprende el vuelo de retorno ya nada puede detener su impulso ascensional.
Francisco Guerrero
Extracto de una reflexión sobre la Asunción de la Virgen, de Dolores Aleixandre *
- Religiosa del Sagrado Corazón de Jesús. Licenciada en Filología Bíblica Trilingüe y en Teología, ha impartido
Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid.