¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!
Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra…
( Himno de los Laudes del Viernes Santo )
Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que, exaltar, en su primera definición, significa: Elevar a alguien o algo a gran auge o dignidad.
Referido a muchas personas es comprensible por la labor o el servicio que han prestado a la sociedad. Exaltarlos sería, en este sentido, rendirles honor o valorar públicamente su grandeza. Es lo que ha venido haciendo la Iglesia a lo largo del tiempo con tantos hombres y mujeres a quienes les ha reconocido su alto grado de santidad, por su servicio y entrega a Dios y al prójimo.
En este sentido, ¿ no es un poco temerario exaltar un objeto de tortura y muerte como es la cruz?. La respuesta es evidente. Con esta fiesta no exaltamos un objeto material, sino al que en él fue clavado. En todo caso podemos hablar de “Santa Cruz”, porque desde ella Jesús, el Santo, abrazó a toda la humanidad para acercarla a los brazos del Padre. Es el gesto de amor, sin medida, por el que nos vino la salvación. “Sometido (por nosotros) a la muerte, y una muerte de cruz”.
(Filipenses, 2 )
Al mismo tiempo hay que tener en cuenta que el cristiano nunca debe ser un profeta de calamidades, sino un pregonero de buenas noticias, alegres, insiste el Papa Francisco, en el anuncio del Evangelio, que por definición es mensaje de buenas noticias.
Hoy la Cruz de Jesús nos remite a otras cruces. Situaciones dolorosas que nos afectan de lleno y al mundo en el que vivimos. Son realidades que hacen referencia a sufrimiento y cruz. Unas son las cruces que forman parte de nuestra propia naturaleza, frágil y limitada. La enfermedad, el temperamento, nuestras propias impotencias. Otras son cruces provocadas por nuestros pecados e incoherencias. Unas nos afectan por el mal recibido de los demás; y otras las que nosotros mismos cargamos sobre las espaldas ajenas. Otras cruces, en fin, son las que nos llegan por las decisiones injustas en el ejercicio de las malas prácticas económicas, políticas y sociales … El hecho cierto es que todos de alguna manera somos generadores de cruz, al mismo tiempo que sufridores de las mismas. Asumir esta realidad es ya una situación agónica que nos hace sufrir por lo que sabemos que no debería ser de esa manera.
Pero, sobre todo, esta fiesta nos invita a mirar Jesús. En el Calvario no quedó solo. Al pie de la cruz estaban María y el discípulo amado, como nos enseña el evangelio. Hoy quiero subrayar con vosotros esta afirmación que nos ha vinculado generación tras generación al Árbol de la Vida. Al pie de la cruz estaba María y el discípulo amado. Un discípulo, nosotros, a quienes el Señor da a su Madre como madre de todos. Y una Madre, María, en cuyos brazos, pone Jesús a todos los hombres y mujeres como hijos suyos.
La fiesta de la exaltación de la Santa Cruz es ocasión para da gracias a Dios por las veces en que hemos sido compañía de otros hermanos nuestros necesitados de escucha, de salud y de cariño…En un mundo tan sobrecargado de malas noticias, debemos sacar a la luz los gestos reales de cercanía, de compresión, de generosidad, de servicio, de sacrificio, de entrega … Detalles ciertos que están a nuestro alrededor y que a veces no vemos, precisamente por el ruido que hacen las malas noticias, las injusticias y atropellos que llevan a la cruz y a la muerte a tantos semejantes. Ahí están las cifras del voluntariado de la Iglesia. Ahí está la valoración que de ella hace nuestra sociedad cuando la reconoce al pie de los pobres. En los comedores sociales, en los centros de acogida a transeúntes, en los centros de acompañamiento en procesos de desintoxicación de drogodependientes, en la primera fila de ayuda en catástrofes naturales, en la acogida y acompañamiento de niños de la calle en cualquier suburbio de una gran ciudad … Iglesia Buena Samaritana, según el ejemplo de Jesús. El Señor acabó de explicar la parábola del Buen Samaritano a quien le preguntó por el prójimo, y añadió “anda y haz tú lo mismo”. Cuando practicamos las obras de misericordia haciendo concreción de ellas en nuestra realidad de cada día, estamos siendo compañeros de Jesús al pie de la Cruz, con la Virgen María, y con tantos discípulos y discípulas del Señor que hoy siguen estando en los nuevos Calvarios del mundo. Es la mejor manera de llenar de vida lo que es un instrumento de muerte, la Cruz.
Francisco Guerrero González