Nos disponemos a emprender un camino, una peregrinación que, pasando por el interior de nuestro corazón nos llevará a la celebración pascual de la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo. Un camino que comienza con el tiempo de Cuaresma y tendrá su culmen en la celebración del Triduo Pascual, prolongándose durante 50 días, hasta Pentecostés
Las primeras semanas de este tiempo de Cuaresma nos hacen esa llamada a revisar la vida, en referencia a la Palabra de Dios, a revisar nuestras actitudes, nuestra manera de pensar y de hacer. Serán las últimas semanas de Cuaresma las que nos inviten, de una manera especial a poner nuestra mirada en el camino propio de Jesucristo hacia la cruz y, saliendo de nosotros mismos, ponernos a caminar con él, para así, con él, llegar a la montaña santa y, participando de su muerte, gozar también con el triunfo de su resurrección.
La Cuaresma es un proceso de rejuvenecimiento por el hecho de ser un dinamismo de conversión. Decía san Clemente de Alejandría en el s. III: «Somos siempre jóvenes. Somos siempre nuevos… Toda nuestra vida es primavera, porque tenemos en nosotros la verdad que no envejece».
En éste camino Jesús acompaña nuestra historia personal. Con amor eterno nos ama, y su amor transforma, da sentido a la vida, sana, salva.
“Mirad, estamos subiendo a Jerusalén… (Mt 20,18).
En su Mensaje para este año, el Papa nos recuerda:
La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle poner su morada en nosotros.
Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Esta invitación a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes,( ayuno, oración y limosna ) nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre.
En la Cuaresma, estemos más atentos a decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan, en lugar de palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian. A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia.
De las tres virtudes, la caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.
Las tres imágenes que siguen recogen en síntesis el mensaje del Papa sobre las virtudes señaladas, fe, esperanza y caridad.
Francisco Guerrero González.