HIJOS AMADOS DE DIOS
No podemos olvidar la conversión viene siempre provocada por el contacto con Cristo; éste, y no otro, es siempre el punto de partida.
(Guillermo Rovirosa)
Seis días más tarde Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos. Marcos 9,2-10
MEDITO Y CONTEMPLO
Hemos de saber descubrir los momentos de transfiguración de la vida, los que tienen lugar en medio de las situaciones vitales por las que vamos pasando, de los acontecimientos históricos, los que iluminan nuestras experiencias de dolor. En el corazón de la vida misma, cargada de incertidumbre y de cruz, el discípulo ha de reconocer a Jesús, reconocerse a sí mismo y reconocer la historia con todo el esplendor de la resurrección, con toda su positividad. En medio de la vida cotidiana y sus conflictos, en la humanidad de Jesús, se hace patente toda la hondura del Hijo de Dios. Para seguir a Jesús y captar la buena nueva hay que bajar de la montaña y continuar el camino hacia Jerusalén.
La invitación del Tabor es la misma de la vida: escuchar, a Dios en los hermanos y hermanas. Reconocer a Dios en la humanidad de nuestra existencia.
PLEGARIA
Francisco Guerrero González.